La biodiversidad: naturaleza con otro nombre
La naturaleza sostiene cada aspecto de la existencia humana, y está en crisis
Puntos clave:
La biodiversidad sostiene todo los aspectos de la vida de nuestro planeta, pero va en declive a una tasa sin precedentes.
Para revertir esta tendencia, debemos encontrar mejores formas de gestionar la huella de la humanidad en la tierra y el mar, y nuevas formas de financiar este trabajo.
Sea que vives en una gran ciudad costera o en un pequeño pueblo en la montaña; que trabajes en agricultura, ingeniería o finanzas; que vivas de la tierra o te consideres un guerrero urbano; que te des cuenta o no, todos necesitamos de la naturaleza.
Los alimentos que comemos, el aire que respiramos, nuestro clima—esencialmente, todo lo que hace que la Tierra sea habitable—dependen de la interrelación de millones de organismos en ecosistemas diversos, que han aprendido a florecer e interactuar por miles de millones de años.
Esta variedad de vida, las comunidades que forman, los hábitats en los que viven, conforman el tejido de la vida: la biodiversidad. La biodiversidad sostiene la salud planetaria y da forma a todo -desde el sabor de un grano, la hebra de una tela o el trago de agua que sustentan nuestras necesidades más básicas. Sin embargo, la naturaleza y la vida silvestre van en declive por todo el mundo a una tasa sin precedentes
El costo de perder la naturaleza
La Plataforma Intergubernamental de Ciencia y Política sobre Biodiversidad y Servicios Ambientales de las Naciones Unidas (IPBES, por sus siglas en inglés) advirtió recientemente de que estamos explotando a la naturaleza mucho más rápido de lo que puede renovarse, llevando las extinciones a tasas mil veces mayores que las que se considerarían “naturales”. El reporte también explica que un millón de las especies conocidas podrían desaparecer para 2050. Los invertebrados en particular están desapareciendo tan rápido que algunos científicos advierten de un “Armagedón de insectos” por venir.
Esta pérdida de especies tiene un costo, literal y figurativamente. Mientras que el valor intrínseco de la naturaleza no tiene precio, los economistas han estimado que la naturaleza también contribuye con miles de millones de dólares a la economía global cada año, en la forma de servicios ambientales—procesos naturales como la polinización o la provisión de agua. Sabemos, de entrada, que el 75% de las cosechas de alimentos dependen de la polinización, que los bosques filtran y almacenan el 40% del agua de las áreas urbanas más grandes del mundo, y que los hábitats costeros, como los arrecifes coralinos o los manglares, amortiguan los golpes de tormentas e inundaciones al tiempo que absorben dióxido de carbono de la atmósfera. Más allá de estos servicios esenciales, otros aspectos culturales y físicos de nuestra relación con la naturaleza, aunque sean más difíciles de cuantificar, son también importantes para nuestra calidad de vida.
Proteger lo mejor y manejar lo demás
El colapso del clima ya está dejando claro que el futuro del desarrollo humano depende de que repensemos nuestra relación con el mundo natural. La crisis de biodiversidad refuerza aún más la necesidad de actuar con rapidez. The Nature Conservancy es parte de un esfuerzo global para proteger los hábitats naturales y seminaturales que quedan en el mundo, con la meta de proteger el 30% del planeta para 2030. Sin embargo, no basta con simplemente crear más áreas protegidas en tierra y mar—también debemos enfrentar las causas raíz de la pérdida de biodiversidad.
Los motores directos más importantes de este marcado declive son los cambios masivos en el uso del suelo, el cambio climático, la contaminación, el uso y explotación de recursos y las especies invasoras. La expansión agrícola en los últimos cincuenta años ha llevado a la degradación de bosques prístinos, especialmente en los trópicos, pero las ciudades y las carreteras también han invadido los paisajes naturales. Los ecosistemas marinos, entretanto, están en mal estado por los impactos acumulativos de la sobrepesca, la contaminación y los factores vinculados al clima, como el calentamiento de los mares, su acidificación y su desoxigenación.
Enfrentar estos temas implica cambiar fundamentalmente la forma en que manejamos la huella de la humanidad en mar y tierra. Podemos y debemos cultivar más alimentos usando prácticas agrícolas regenerativas que buscan reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y protegen los suelos y la biodiversidad. Además de frenar la deforestación y otros tipos de conversión de hábitats, podemos manejar mejor los bosques en explotación, de forma que auspicien la protección de cuantas especies sea posible sin sacrificar la producción sostenible. En áreas que ya han sido degradadas, debemos restaurar y regenerar los bosques y otros ecosistemas. Las tierras degradadas también ofrecen oportunidades para instalar infraestructura de forma que se satisfagan las necesidades humanas con el menor impacto a la naturaleza.
En los mares, debemos manejar mejor las pesquerías, crear refugios en los océanos y ganar en resiliencia para las costas. Hay una buena noticia: un nuevo acuerdo para la biodiversidad más allá de las aguas territoriales (a más de 200 millas náuticas de la orilla) busca proteger a las especies de alta mar.
Invertir en caminos sostenibles
Que nadie se equivoque: lograr todo esto dentro de los lapsos necesarios para evitar una catástrofe ecológica requerirá de cambios masivos y transformadores en nuestras economías globales y sistemas financieros. Por ejemplo, los cientos de miles de millones de dólares que se entregan en subsidios al sector agropecuario, que originalmente pretendían abaratar los alimentos y hacerlos más abundantes, han acarreado costos para la naturaleza y la salud humana al incentivar en los hechos prácticas agrícolas que no son sostenibles y una alimentación que no es sana. Estos fondos deberían destinarse idealmente a formas de apoyo a la producción saludable que también beneficien a la naturaleza.
Repensar el gasto público por sí mismo no será suficiente. También debemos destrabar o redirigir nuevas fuentes de financiamiento para la naturaleza, incluyendo al sector privado. En demasiadas ocasiones el valor económico de los servicios que ofrece la naturaleza—la forma en que los bosques filtran y recargan los acuíferos terrestres, por ejemplo—pasa desapercibida y no se valora. Cuantificar estos valores abrirá la puerta para invertir directamente en la naturaleza en formas que puedan generar beneficios financieros y de conservación. Para empezar a gestionar la crisis de conservación, debemos buscar soluciones financieras de conservación que puedan ganar en escala fácilmente para generar miles de millones de dólares anuales cada año.
The Nature Conservancy ha innovado en el uso de fondos de agua—arreglos locales en los que los usuarios urbanos del agua pagan a un fondo que invierte en la conservación y la mejora de las prácticas agropecuarias en las partes altas de las cuencas. Las cuencas de agua que dan de beber a las grandes ciudades en el planeta representan un tercio de la superficie de la Tierra, y mantienen a más de 1700 millones de personas, además de ser hogar para la mitad de las especies terrestres en peligro.
En muchos casos, estas inversiones en “infraestructura natural” son más efectivas en costos a la hora de asegurar mejoras en la calidad de agua que las soluciones basadas en “infraestructura gris”, como las plantas de filtrado de agua. Considerando que el mundo se gasta en torno a medio billón de dólares al año en infraestructura para agua, la naturaleza puede mejorar los rendimientos de esas inversiones al ofrecer agua limpia para beber para cientos de ciudades por mucho menos. Esa es una propuesta de inversión de miles de millones de dólares con costos financieros negativos.
Comprometerse con la naturaleza
Esta década es crucial para enfrentar estas amenazas ecológicas y sistémicas tan importantes. Y cada día se está ganando impulso a través de la voz pública y de un movimiento que genera una demanda por naturaleza.
El mundo natural no es un lugar lejano: es nuestro mundo. Un colapso ecológico de gran escala en un periodo de tiempo tan corto ha ocurrido solamente cinco veces en la historia geológica. Históricamente, sin embargo, las extinciones masivas fueron provocadas por eventos catastróficos como las colisiones de asteroides o los volcanes. Esta vez, las actividades humanas y la transformación desbocada del planeta están ocurriendo durante nuestra guardia.
La buena noticia es que forjar el camino a seguir también está en nuestras manos, pero solamente si estamos dispuestos a tomar las decisiones creativas, política y financieramente, que son necesarias hoy para evitar enfrentar consecuencias casi inimaginables en el futuro. La naturaleza que necesitamos está amenazada, pero es profundamente resiliente y podemos regenerarla si trabajamos con ella en lugar de contra ella. Un acuerdo fuerte entre los países para mapear el camino hacia adelante, sustentado con las finanzas necesarias para que cuaje, serían dos pasos creíbles y necesarios para cambiar de curso este año y movilizarnos verdaderamente por la naturaleza.
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