En busca del resplandeciente quetzal
Nos adentramos en el bosque nuboso para encontrar el ave nacional de Guatemala, una especie única y cada vez más escasa.
Por Cara Cannon Byington | Redactora científica en Cool Green Science

Esta es una historia de avistamiento de aves que comienza antes del amanecer en el bosque nuboso sobre el lago Atitlán, territorio Maya, al occidente de Guatemala. Olvidé mi linterna frontal (siempre la olvido), así que avancé por el camino pedregoso, al borde del Parque Regional Mirador Rey Tepepul, guiándome por el resplandor de las luces de los otros miembros de nuestro pequeño grupo conformado por guías forestales locales y personal de The Nature Conservancy (TNC).
El Quetzal, ave nacional de Guatemala
Un ave que deslumbra con su cola esmeralda y su vuelo elegante. Su supervivencia depende de estos bosques nubosos, amenazados por la deforestación.
En el Parque Regional Mirador Rey Tepepul, encuentra refugio para anidar y mantener viva su presencia en las montañas de Solalá. Este parque hace parte de la Reserva de Uso Múltiple de la Cuenca del Lago de Atitlán (RUMCLA), que protege bosques mixtos y coníferas de altura donde conviven especies endémicas y en peligro de extinción.
De la oscuridad profunda del bosque emergía el canto de un chotacabras mexicano, pero no logré ubicar al ave antes de que tomáramos el sendero. Teníamos el tiempo ajustado esa mañana, estábamos enfocados en la misión de encontrar un quetzal resplandeciente macho—una de las aves más magníficas del mundo, rey del bosque nuboso y un ser sagrado para las culturas indígenas de toda Centroamérica.
Nuestra intrépida guía de avistamiento, Sarah Quiejú, pensaba que nuestra mejor oportunidad de verlo sería a primera hora de la mañana, mientras tomaba su desayuno. Aún nos quedaban varios kilómetros de sendero empinado y sinuoso por recorrer. Así fue como algún tiempo después—cubierta de barro, cansada y sin aliento, bañada por la luz lechosa del amanecer que comenzaba a divisarse desde la ladera de un volcán—me encontré mirando fijamente un árbol de aguacatillo que, según Sarah, es donde “al quetzal le gusta desayunar”. Sarah conoce bien sus aves y su bosque, pacientemente nos acomodamos en una curva amplia del sendero para esperar y observar.





Sin aguacatillos no hay quetzales
Los aguacatillos (o “pequeños aguacates”) son árboles de la familia del laurel (Lauraceae), y sus frutos son una parte clave de la dieta del quetzal resplandeciente. Son ricos en grasas, esenciales para que estas aves sobrevivan en las condiciones frescas y húmedas de los bosques nubosos, dentro del Corredor Mesoamericano que va desde México hasta Panamá, donde habitan.
Por supuesto, los quetzales comen otras cosas, pero según estudios realizados en Costa Rica, los frutos del aguacatillo parecen ser sus favoritos. Existen diversas especies de aguacatillo, pero en esta región de Guatemala, los quetzales aparentemente prefieren los de los géneros Ocotea y Nectandra. Estos árboles producen sus frutos una vez al año, y las aves están perfectamente adaptadas para alimentarse de ellos: con potentes músculos de vuelo que les permiten realizar el característico “planeo del quetzal”, arrancan los frutos de las copas más altas. También tienen picos grandes y gargantas fuertes y musculosas que les permiten tragar los frutos enteros y luego regurgitar las semillas, que, a mi parecer, tienen el tamaño y la forma de una nuez pecana norteamericana cuando aún tiene su cáscara.


Según Esteban Vásquez Quejú, del pueblo indígena Maya Tz'utujil, quien es el guardaparques principal del Parque Regional Rey Tepepul, en el municipio de Santiago Atitlán, “el quetzal a la vez que se alimenta del bosque lo nutre, al digerir el fruto del aguacatillo y dispersar sus semillas. Esto ayuda a regenerar el ecosistema y mantener el equilibrio.”
Una ecuación bastante sencilla que se repite en todo el hábitat del quetzal resplandeciente: sin aguacatillos, no hay quetzales. El problema ahora es que los bosques nubosos que estas aves necesitan están cada vez más amenazados por la pérdida de hábitat, incluyendo los aguacatillos. El bosque sufre por el cambio climático, los incendios, la deforestación para agricultura y desarrollo, y por las diversas combinaciones de todo lo anterior.
Y no se trata solo de los quetzales. En conservación, nunca se trata de una sola cosa. Se trata de cómo todo está conectado.
Los aguacatillos proveen alimento a muchas aves y mamíferos nativos del bosque nuboso. También son importantes, como otros árboles y arbustos de la zona, para prevenir la erosión y mantener el suelo en las laderas, ralentizando el flujo del agua y protegiendo tanto la cantidad como la calidad del agua que eventualmente se filtra desde el bosque hacia los lagos, ríos y arroyos más abajo.
Las aguas del lago Atitlán nacen en el bosque nuboso. Pero el bosque nuboso está en peligro. Y si el bosque está en peligro, como lo dice Sarah, también lo está todo lo demás, incluidos los quetzales.
Certificada como guía por el por el Instituto Guatemalteco de Turismo (Inguat), Sarah es la única mujer que ejerce este oficio en la región. Ella ha estado liderando grupos de observadores de aves por las laderas de los volcanes alrededor del lago Atitlán desde hace cinco años, y ha visto de primera mano cómo los cambios, especialmente la pérdida de hábitat, han afectado a la población local de quetzales resplandecientes. “En años anteriores,” dice en voz baja mientras observamos nuestra rama de aguacatillo, “solíamos ver grupos de 15 o 16 quetzales juntos, pero este año, el grupo más grande observado ha sido de solo de ocho.”
Conexiones y conectividad
Más de la mitad de los bosques de Guatemala se han perdido en los últimos 50 años debido a la expansión de la agricultura intensiva y el desarrollo industrial. A medida que estos ecosistemas se fragmentan, se pierden las conexiones, pero es precisamente esa conectividad ecológica —especialmente a lo largo del Corredor Forestal Mesoamericano— la que resulta vital para mantener la biodiversidad, los servicios ecosistémicos y la resiliencia frente al cambio climático en Guatemala.
Los esfuerzos conjuntos de reforestación en Guatemala han sido un pilar del trabajo de TNC con comunidades locales y aliados, fortaleciendo tanto la cobertura forestal como la conectividad de los ecosistemas. En el Corredor Forestal Mesoamericano se han restaurado más de 2.000 hectáreas desde 2008, con el liderazgo de comunidades indígenas y el apoyo de programas como Plant-a-Billion Trees y la Arbor Day Foundation,
Estas acciones realizadas en alianza con organizaciones como la Asociación de Estudios de Cooperación de Occidente (ECO), la Asociación de Cooperación para el Desarrollo Rural de Occidente (CDRO), la Asociación TIKONEL, el Fondo para la Conservación del Agua de la Región Metropolitana de Guatemala (Funcagua) y otros socios; no solo contribuyen a la restauración ecológica, sino que también generan ingresos locales a través de incentivos forestales del Instituto Nacional de Bosques (INAB), y fortalecen las capacidades comunitarias para gestionar de manera sostenible sus bosques y fuentes de agua.
Revertir la pérdida de hábitat y restaurar la salud de este ecosistema es una de las razones clave por las que el liderazgo de las comunidades indígenas es tan importante en esta región. Sus prácticas ancestrales y espiritualidad reflejan una profunda conexión con la tierra y las aguas, y especialmente con el quetzal resplandeciente.
“El ave es una parte vital de la identidad Maya guatemalteca,” dice César Cate, Maya Kaqchikel y especialista en conservación de agua dulce de TNC en Guatemala. “Proteger y restaurar el hábitat del quetzal no solo preserva la especie, sino también el patrimonio Maya y su futuro. Para nosotros, no hay diferencia entre las personas y la naturaleza. Somos parte de la biodiversidad. Somos naturaleza. Proteger la biodiversidad significa protegernos a nosotros mismos y a nuestra cultura.”
Recuperando el bosque

Hoy en día, las comunidades indígenas de las tierras altas continúan liderando los esfuerzos de conservación, incluyendo la restauración de aguacatillos y otras especies nativas del bosque nuboso. No es un proceso rápido ni sencillo.
Los árboles destinados a la restauración se cultivan en un vivero de plantas nativas, apoyado por TNC, gestionado por la asociación local Vivamos Mejor y financiado a través de la Iniciativa Darwin del Departamento de Medio Ambiente, Alimentación y Asuntos Rurales (Defra) del Gobierno Británico. Cuando los aguacatillos alcanzan el tamaño adecuado para ser replantados —lo cual, dependiendo de la especie, suele tardar unos 14 meses— se trasladan a sitios de restauración dentro del bosque. Restaurar árboles nativos aquí a menudo implica llevarlos a pie por varios kilómetros de senderos empinados y sinuosos, y luego plantarlos manualmente.
Luego, por supuesto, los árboles deben crecer. Todo requiere una combinación especial de tiempo, conocimiento indígena, ciencia y, bueno, esperanza. La restauración es, siempre, en última instancia, el arte de lo posible y el coraje de un compromiso para llevarlo a cabo.
“Donde vuela la serpiente emplumada”
Seguimos a la espera en medio del bosque nuboso. Observamos con atención nuestro árbol de aguacatillo. Sarah, la guía, ha sacado de su mochila un termo de café y varias tazas pequeñas. Empiezo a consolarme pensando que, aunque no logré ver un quetzal resplandeciente, al menos escuché y vi otras aves fascinantes (especialmente el chotacabras mexicano y el pavón cornudo), y pasé una mañana cobijada por la naturaleza en este lugar asombroso.

Todos, excepto Sarah, parecen haber perdido la esperanza de que el quetzal aparezca. Ella toma tranquilamente su segunda taza de café cuando, de repente, gira la cabeza y junto con los guardaparques señala en el horizonte, frente a nosotros. Yo por mi parte no había escuchado ni visto ningún cambio, pero ellos son personas que conocen el bosque y sus sonidos tan bien como conocen a sus propias familias.
Y ahí estaba, como una bendición del bosque.



Un quetzal resplandeciente macho vuela hacia nuestro árbol de aguacatillo, con sus plumas traseras ondeando y entrelazándose detrás de sí. Esteban, el guardaparques, me había contado que en su cultura y dialecto maya Tz'utujil, al quetzal resplandeciente se le llama “Tete uk matz”, que significa "vuela como serpiente". Y ahora entiendo por qué. Las largas plumas que se extienden detrás del quetzal ondulan con tanta gracia que parece una serpiente volando en el viento.
El quetzal resplandeciente hace honor a cada sílaba de su nombre superlativo. Mi vocabulario de colores no alcanza para describir los matices de rojo, verde, dorado y blanco que encarna el ave frente a mí. Incluso bajo la luz tenue de la mañana, sus colores son profundos, intensos y deslumbrantes. Ver a un quetzal resplandeciente macho bajo el sol pleno, con la luz haciendo que sus plumas iridiscentes brillen aún más, es como presenciar una especie de espejismo sobrenatural de un ave.
Empiezo a sentirme un poco mareada y me doy cuenta de que estoy conteniendo la respiración. El quetzal está posado en su rama, ofreciéndonos una vista clara mientras, como predijo Sarah, desayuna. Estamos lo suficientemente cerca para observar (a través de binoculares y telescopios) cómo trabaja su garganta y una semilla —posiblemente de aguacatillo— aparece y desaparece en su pico.
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